La tormenta



La lluvia ha convertido la carretera en una gigantesca lavandería, de donde los coches emergen como insectos bruñidos y relucientes, que prosiguen su viaje a un hogar ficticio de obligaciones y premuras. 

Miro al conductor del coche que pasa junto a mí e intuyo que él me devuelve la mirada en un naufragio que no admite reconciliación. Con los pasajeros hay una lucha soterrada de identidades. Todos en una dirección que probablemente nunca harán suya. 

He llegado a casa. Me bajo del coche y miro al cielo, que está gris a jirones, una bandera deshilachada que pasa sobre mí, llevada por jinetes que nunca dejarán de cabalgar. Los llamarán viento a falta de otro nombre, porque son invisibles. ¿Cuándo los acompañaré? 

Aquél que no pregunta puede ser feliz. Me digo y bajo la mirada. La habitación me rodea, como un monstruo benigno que me acoge dentro de sí. Somos una intersección de caminos en el espacio y en el tiempo. Todo el universo está aquí.

El semáforo



Mucha gente marcha por la carretera de la nada, pero al final de la carretera de la nada está el origen de todo ¿serán todo y nada la misma cosa? Pero si es así, lo único que sabemos de ella es que está más allá de nosotros. Nadie sabe cuánto más allá. Hay un punto del que nadie pasa, pero la carretera continúa. La gente desaparece en la niebla, sin embargo en cierto momento la niebla levantará y el sol iluminará un mundo muy diferente del que conocemos: esa fusión de todo y nada que hace girar al revés nuestros cerebros. Tal vez para comprender hace falta primero no comprender nada y así estar abierto a lo absolutamente distinto. 

Lo absolutamente distinto aparece cuando lo conocido llega a su fin. 

Vuelvo la cabeza. Estoy en un semáforo rodeado de fantasmas que marchan inconscientes hacia su propia disolución.

Monólogos/Monologues

Instantáneas de un rostro infinito

Escritos de la zona oscura



Olvídala

Es fácil decir: ¡Olvídala!
Que sus ojos se confundan con el río,
que su pelo se confunda con la noche,
que su risa se confunda con la rompiente.
Es fácil decir: ¡Olvídala!
Arráncala de tu corazón
como una ortiga ponzoñosa,
como una garrapata insaciable.
Pero entonces,
¿no se convertiría el mundo en su rostro?

El sacerdote Invierno



Era mentira

Me dijeron
que el amor y
la fragancia de las rosas
eran para siempre.
Pero no eran las mismas rosas.

Rosa



Las alas de este poema
son para ti, Rosa,
el aguijón para mí,
que te creía sincera.