La tormenta



La lluvia ha convertido la carretera en una gigantesca lavandería, de donde los coches emergen como insectos bruñidos y relucientes, que prosiguen su viaje a un hogar ficticio de obligaciones y premuras. 

Miro al conductor del coche que pasa junto a mí e intuyo que él me devuelve la mirada en un naufragio que no admite reconciliación. Con los pasajeros hay una lucha soterrada de identidades. Todos en una dirección que probablemente nunca harán suya. 

He llegado a casa. Me bajo del coche y miro al cielo, que está gris a jirones, una bandera deshilachada que pasa sobre mí, llevada por jinetes que nunca dejarán de cabalgar. Los llamarán viento a falta de otro nombre, porque son invisibles. ¿Cuándo los acompañaré? 

Aquél que no pregunta puede ser feliz. Me digo y bajo la mirada. La habitación me rodea, como un monstruo benigno que me acoge dentro de sí. Somos una intersección de caminos en el espacio y en el tiempo. Todo el universo está aquí.